El gran fracaso

Mientras la clase política, empresarial y financiera se duele de que Cataluña quiera irse de España, hay mucha gente que vivía con nosotros -en nuestras casas- y se está yendo de España. En lo que va de año, se han ido casi medio millón de personas. La mayoría eran inmigrantes que se vuelven a Bolivia, Perú, Ecuador o Rumanía. Pero 54.912 eran españoles. Españoles que han cruzado la frontera, no por fatiga de país ni porque no quieran aprenderse la lección de la unidad de España desde los Reyes Católicos. Se han ido a la chita callando y si no fuera por las estadísticas del INE a lo mejor ni nos hubiéramos dado cuenta. 54.912 españoles se han ido porque aquí no ven futuro y nadie llora por ellos ni la mitad de lo que se llora porque Artur Mas amenace con irse de España.

La inmensa mayoría de los que se han ido son jóvenes que emigran por necesidad, no por gusto. Sólo sus familias lloran por ellos. Aunque todos deberíamos lamentarnos, porque ellos son la mayor expresión de nuestro fracaso colectivo como sociedad, como nación de naciones, como Estado autonómico o como suma de distintas nacionalidades y multiplicación de hechos diferenciales. No hay dato más dramático en la desgraciada economía española que ese más de 50% de paro juvenil. Un país que no es capaz de dar trabajo a la mitad de sus jóvenes es un país fracasado y sin futuro. La mayoría de los jóvenes que emigran están suficientemente preparados, tienen másters, posgrados, hablan idiomas. Pero su país no es capaz de garantizarles un puesto de trabajo.

Los jóvenes son, en la España de hoy, el sector más desprotegido. No son los pensionistas, como repite el discurso gubernamental, las diatribas de la oposición o los mítines sindicalistas. Los pensionistas son el sector más protegido de la sociedad española. En los casi cuatro años de crisis, mientras millones de trabajadores han perdido su trabajo y muchos de ellos se ven obligados a recurrir a la caridad de las organizaciones no gubernamentales, los pensionistas no han sufrido merma alguna en su poder adquisitivo. El Gobierno protege a este colectivo por dos razones. La primera, porque son los que más votan. La segunda, porque los pensionistas mantienen a los hijos y a los nietos que no pueden conseguir un trabajo, como no sea emigrando a otros países. El Gobierno ha optado por mantener bien mullido este colchón social para evitar males mayores. Pero son los jóvenes quienes necesitan la protección de un Estado que se ha desentendido de ellos como no sea para recogerlos en las estadísticas del INE.

Los padres españoles viven angustiados, aunque no por ellos, sino por el futuro de sus hijos. No hay más que pegar la oreja en las conversaciones. El Gobierno ha renunciado a destinar recursos para detener la sangría del paro juvenil. Todo el mundo habla de la generación perdida con una normalidad que produce escalofríos. Y así parece que estamos condenados a arrastrarnos en una normalidad que no tiene nada de normal.